XIV razones para amar Hora de Aventuras

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Diego Cuevas publicó en la revista cultural Jot Down este artículo en el que da las XIV razones para amar Hora de Aventuras, y nosotros con motivo del concierto de Templeton, el 1 de marzo, tocando «Hora de aventuras» las suscribimos todas.

 I. Ser un niño

El problema más comn a la hora de afrontar la creación de un producto infantil es considerar que en general los niños son imbéciles. Y por tanto que es necesario hablarles muy despacio, vocalizando y a un volumen optimista porque de lo contrario las tiernas criaturas podrían perderse en los recovecos de ese laberinto abisal que es el pensamiento adulto.

Diego Cuevas va publicar en la revista cultural Jot Down este article en què dóna les XIV raons per a amar Hora d’Aventures, i nosaltres amb motiu del concert de Templeton tocant «Hora d’aventuras», el 1 de març, les subscrivim totes.

 

I. Ser un niño

El problema más comn a la hora de afrontar la creación de un producto infantil es considerar que en general los niños son imbéciles. Y por tanto que es necesario hablarles muy despacio, vocalizando y a un volumen optimista porque de lo contrario las tiernas criaturas podrían perderse en los recovecos de ese laberinto abisal que es el pensamiento adulto.

 

El término saturday morning cartoon se ensambló en los 60 para hacer referencia a un estilo de programa que vivía acotado entre las ocho de la mañana y las 12 de cualquier sábado formal. Era el momento en el que los niños hacían ventosa delante del televisor y los productores descubrieron que tantas miradas atentas eran una fuente de ingresos gracias a la publicidad que se podría apelmazar en esa franja horaria. Los de Warner Bros empezaron a rescatar para la televisión aquellos cortos de Bugs Bunny y El Correcaminos que habían paseado por salas de cine, y al mismo tiempo unas cuantas compañías se dedicaron a la producción de material animado rentable gracias a escatimar los gastos recortando valores de producción (por eso el sprint de He-man estaba condenado eternamente a la misma animación y Los Picapiedra padecían una sospechosa movilidad reducida) y ensañándose con reposiciones sin que ese pblico se quejara demasiado. Llegaron los 90, el cable tomó las casas y los saturday morning cartoons perdían su razón de ser al disponer las criaturas de canales que ofrecían lo mismo en modo non-stop, el dibujo animado dejaba de ser un producto producido a la carrera y empezaba a permitirse todo tipo de libertades. A la sombra de productos más macarras para un pblico adulto como Los Simpson o Beavis & Butthead se asomaban una serie de nuevos talentos de apellidos graciosos (entre los que se encontraban Genndy Tartakovsky, Craig McCracken, Jhonen Vasquez o Seth MacFarlane) con una forma muy curiosa de ver la animación: El laboratorio de Dexter, Las Supernenas, Vaca y pollo, Agallas el perro cobarde, Invasor Zim, Samurai Jack o Foster, la casa de los amigos imaginarios marcaban, junto a muchos otros, una época de madurez en la animación para la pequeña pantalla que llegaría hasta nuestros días y en la que los guionistas por fin entendían de qué iba esto: no había que poner a adultos a crear series para niños, había que poner a niños disfrazados de adultos a crear series para niños.

 

Mientras una niña con mochila, mono acompañante, problemas de memoria a corto plazo y un spanglish como poco denunciable se limita a quemar los minutos haciendo creer a los críos que un trekking mongólico es una aventura de exploración, los hijos de Tartakovsky y compañía construyen mundos descacharrantes y tramas para enmarcar. Las Supernenas ocultaban, detrás de esa apariencia de material para forrar carpetas, a unos guionistas que eran auténticas máquinas creativas capaces de permitirse cosas tan titánicas como el capítulo Meet the Beat-Alls o el mejor homenaje a los Beatles creado en el terreno televisivo: diez minutos con decenas de referencias tanto obvias como oscuras a los de Liverpool, desde recreaciones de portadas a mercadotecnia, y con diálogo compuesto a partir de las letras del repertorio de los escarabajos (un usuario de youtube ha subido el episodio con las referencias anotadas y sustituyendo el audio original por las estrofas homenajeadas aquí). Agallas e Invasor Zim revolvían en lo tenebroso, El laboratorio de Dexter pulía el gag y cosas como Bob Esponja o Soy Comadreja se las daban de listos idiotizando su propuesta. El dibujo animado maduraba y embaldosaba el camino a las entradas más recientes en el tiempo, que ya venían documentadas en las artes de alcanzar el timing del gag perfecto o la remezcla demente de las técnicas de creación: es el caso de la espléndida Gumball, la notable Historias corrientes, o la divertida Las desventuras de Flapjack.

 

En esta ltima trabajaba Pendleton Ward, barbudo con pinta de haberse comido y mimetizado al aforo completo del Primavera Sound o doppelgänger hipster de Guillermo del Toro, un artista del pincel que dirigió en el 2006 un pequeño cortometraje de diez minutos en el que un niño y un perro mágico vivían extrañas aventuras. An no lo sabía nadie, pero aquello era el prototipo de Hora de Aventuras (tras el gran éxito en Internet de la pieza los de Cartoon Network decidirían convertirlo en serie). También contenía el detalle más importante: el niño protagonista de esas aventuras se llamaba inicialmente como su creador (Pen) porque aquello no eran solamente dibujos animados, aquello era la auténtica forma de Pendelton, jugando en su mundo de aventuras.

 

II. Finn y Jake

 

Un niño con un curioso sombrero (inspirado en un personaje de Ward llamado Bueno) y un perro con la capacidad de expandir y contraer su cuerpo. Viven aventuras en un mundo llamado Ooo, un escenario postapocalíptico que esconde un reino de fantasía pintado en pasteles, patean traseros de criaturas malvadas y sacan brillo a las mazmorras, pero evitan el arquetipo: ni Jake es el cliché de un secundario cómico (estaba creado a partir del personaje de Bill Murray en Los incorregibles albóndigas) ni Finn es el héroe de libro que no se para a cuestionar sus acciones. Son personajes mucho más complejos con sus dones y sus desgracias, pero sobre todo son amigos. Y la serie reconoce este compañerismo y lo alaba: disfrazada tras las andanzas de la pareja se escondía las más sinceras de las exaltaciones a la amistad. Hora de aventuras trata realmente de dos personajes y de lo férreo del lazo que los une. Y este mensaje tan aparentemente vacuo es en realidad algo importantísimo, algo que se logra con un niño de 12 años y un perro amarillo rodeados de un huracán de disparates fantásticos. Algo alcanzado, por fin, sin tener que enlodarse en moralejas pegajosas.

 

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 El término saturday morning cartoon se ensambló en los 60 para hacer referencia a un estilo de programa que vivía acotado entre las ocho de la mañana y las 12 de cualquier sábado formal. Era el momento en el que los niños hacían ventosa delante del televisor y los productores descubrieron que tantas miradas atentas eran una fuente de ingresos gracias a la publicidad que se podría apelmazar en esa franja horaria. Los de Warner Bros empezaron a rescatar para la televisión aquellos cortos de Bugs Bunny y El Correcaminos que habían paseado por salas de cine, y al mismo tiempo unas cuantas compañías se dedicaron a la producción de material animado rentable gracias a escatimar los gastos recortando valores de producción (por eso el sprint de He-man estaba condenado eternamente a la misma animación y Los Picapiedra padecían una sospechosa movilidad reducida) y ensañándose con reposiciones sin que ese pblico se quejara demasiado. Llegaron los 90, el cable tomó las casas y los saturday morning cartoons perdían su razón de ser al disponer las criaturas de canales que ofrecían lo mismo en modo non-stop, el dibujo animado dejaba de ser un producto producido a la carrera y empezaba a permitirse todo tipo de libertades. A la sombra de productos más macarras para un pblico adulto como Los Simpson o Beavis & Butthead se asomaban una serie de nuevos talentos de apellidos graciosos (entre los que se encontraban Genndy Tartakovsky, Craig McCracken, Jhonen Vasquez o Seth MacFarlane) con una forma muy curiosa de ver la animación: El laboratorio de Dexter, Las Supernenas, Vaca y pollo, Agallas el perro cobarde, Invasor Zim, Samurai Jack o Foster, la casa de los amigos imaginarios marcaban, junto a muchos otros, una época de madurez en la animación para la pequeña pantalla que llegaría hasta nuestros días y en la que los guionistas por fin entendían de qué iba esto: no había que poner a adultos a crear series para niños, había que poner a niños disfrazados de adultos a crear series para niños.

 

Mientras una niña con mochila, mono acompañante, problemas de memoria a corto plazo y un spanglish como poco denunciable se limita a quemar los minutos haciendo creer a los críos que un trekking mongólico es una aventura de exploración, los hijos de Tartakovsky y compañía construyen mundos descacharrantes y tramas para enmarcar. Las Supernenas ocultaban, detrás de esa apariencia de material para forrar carpetas, a unos guionistas que eran auténticas máquinas creativas capaces de permitirse cosas tan titánicas como el capítulo Meet the Beat-Alls o el mejor homenaje a los Beatles creado en el terreno televisivo: diez minutos con decenas de referencias tanto obvias como oscuras a los de Liverpool, desde recreaciones de portadas a mercadotecnia, y con diálogo compuesto a partir de las letras del repertorio de los escarabajos (un usuario de youtube ha subido el episodio con las referencias anotadas y sustituyendo el audio original por las estrofas homenajeadas aquí). Agallas e Invasor Zim revolvían en lo tenebroso, El laboratorio de Dexter pulía el gag y cosas como Bob Esponja o Soy Comadreja se las daban de listos idiotizando su propuesta. El dibujo animado maduraba y embaldosaba el camino a las entradas más recientes en el tiempo, que ya venían documentadas en las artes de alcanzar el timing del gag perfecto o la remezcla demente de las técnicas de creación: es el caso de la espléndida Gumball, la notable Historias corrientes, o la divertida Las desventuras de Flapjack.

 

En esta ltima trabajaba Pendleton Ward, barbudo con pinta de haberse comido y mimetizado al aforo completo del Primavera Sound o doppelgänger hipster de Guillermo del Toro, un artista del pincel que dirigió en el 2006 un pequeño cortometraje de diez minutos en el que un niño y un perro mágico vivían extrañas aventuras. An no lo sabía nadie, pero aquello era el prototipo de Hora de Aventuras (tras el gran éxito en Internet de la pieza los de Cartoon Network decidirían convertirlo en serie). También contenía el detalle más importante: el niño protagonista de esas aventuras se llamaba inicialmente como su creador (Pen) porque aquello no eran solamente dibujos animados, aquello era la auténtica forma de Pendelton, jugando en su mundo de aventuras.

 

II. Finn y Jake

 

Un niño con un curioso sombrero (inspirado en un personaje de Ward llamado Bueno) y un perro con la capacidad de expandir y contraer su cuerpo. Viven aventuras en un mundo llamado Ooo, un escenario postapocalíptico que esconde un reino de fantasía pintado en pasteles, patean traseros de criaturas malvadas y sacan brillo a las mazmorras, pero evitan el arquetipo: ni Jake es el cliché de un secundario cómico (estaba creado a partir del personaje de Bill Murray en Los incorregibles albóndigas) ni Finn es el héroe de libro que no se para a cuestionar sus acciones. Son personajes mucho más complejos con sus dones y sus desgracias, pero sobre todo son amigos. Y la serie reconoce este compañerismo y lo alaba: disfrazada tras las andanzas de la pareja se escondía las más sinceras de las exaltaciones a la amistad. Hora de aventuras trata realmente de dos personajes y de lo férreo del lazo que los une. Y este mensaje tan aparentemente vacuo es en realidad algo importantísimo, algo que se logra con un niño de 12 años y un perro amarillo rodeados de un huracán de disparates fantásticos. Algo alcanzado, por fin, sin tener que enlodarse en moralejas pegajosas.

 

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